Trump no es un simple adversario ideológico. Es el rostro de la xenofobia, del desprecio hacia el inmigrante, del racismo institucionalizado. Es el hombre que nos ha llamado criminales, que promete muros y expulsiones masivas, que ha jugado con la vida de nuestros hermanos en busca de votos entre quienes ven en los latinos una amenaza. ¿Cómo puede un colombiano mirarse al espejo y aún así aplaudirlo?
Recordemos por un momento nuestra historia. Somos un país que ha conocido el exilio y la migración no por elección, sino por necesidad. Hemos visto a miles de compatriotas partir en busca de oportunidades, de seguridad, de la posibilidad de un futuro mejor. ¿Cómo entonces podemos justificar que uno de los nuestros respalde a quien nos cierra la puerta en la cara, a quien nos insulta con cada discurso de odio?
Ser colombiano significa llevar en la sangre el orgullo de nuestros antepasados, la memoria de los que han caído defendiendo nuestra tierra, el sacrificio de quienes han salido de su patria con la esperanza de no ser rechazados en otras fronteras. Significa entender que nuestra identidad no se vende por intereses políticos ni se entrega a quien nos pisotea.
Apoyar a Trump es renunciar a todo eso. Es ignorar a los nuestros que han sido detenidos en la frontera, a los que han sido deportados sin compasión, a los que han sido tratados como delincuentes solo por haber nacido al sur del Río Grande. Es elegir el lado equivocado de la historia.
No se trata de derechas o izquierdas, de conservadores o progresistas. Se trata de saber de qué lado queremos estar cuando nos pregunten qué hicimos por nuestra gente, por nuestra dignidad. No hay peor ciego que el que no quiere ver. No hay mayor vergüenza que la de traicionar a los propios. Y no hay nada más indigno que un colombiano apoyando a Donald Trump.