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Francia Márquez: excelente candidata, pésima gobernante

por Poder Antioquia
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Cuando Francia Márquez apareció en el escenario político colombiano, representó algo nuevo y emocionante: una voz que rompía esquemas en un país acostumbrado a los mismos rostros, los mismos discursos y las mismas élites. Una mujer afrodescendiente, luchadora ambiental y defensora de las comunidades marginadas se perfilaba como la esperanza de millones que ansiaban un cambio profundo. Su candidatura fue poderosa, conectó con emociones reales y tocó las fibras de una Colombia que llevaba demasiado tiempo ignorando las voces de sus periferias. Pero un buen candidato no siempre resulta ser un buen gobernante.

Márquez, como fórmula vicepresidencial, logró captar un electorado diverso, inspirar a jóvenes y traer temas urgentes al debate público. Su carisma, autenticidad y su historia personal la convirtieron en un ícono para muchos. Sin embargo, gobernar requiere mucho más que inspiración. Es necesario tener capacidad de gestión, un equipo sólido y una visión clara para transformar discursos en realidades, ahí es donde ha fallado.

Desde su llegada al gobierno, Márquez ha estado en el centro de numerosas controversias. Su rol como vicepresidenta ha sido percibido, por muchos, como decorativo, sin un impacto tangible en la toma de decisiones o en la mejora de las condiciones de las comunidades que prometió defender. Los problemas de gestión en el Ministerio de Igualdad y Equidad, proyecto bandera que lidera, son un ejemplo claro: los retrasos, la falta de ejecución y las constantes quejas de los actores involucrados muestran que las buenas intenciones no son suficientes.

Además, su estilo confrontacional, que en campaña funcionaba como una herramienta para movilizar apoyos, ha generado divisiones en lugar de construir consensos. La política no es solo luchar; también es negociar, sumar y generar alianzas. Márquez, en cambio, ha optado por una narrativa polarizadora que, aunque efectiva en la arena electoral, resulta contraproducente para gobernar un país tan complejo como Colombia.

Es importante señalar que las críticas hacia su gestión no deben confundirse con los ataques racistas y clasistas que ha enfrentado. Esas posturas son inaceptables y deben ser condenadas enérgicamente. Sin embargo, proteger a Francia Márquez de críticas legítimas solo por su origen o su historia personal sería un error. Como cualquier figura pública, está llamada a rendir cuentas, a demostrar resultados y asumir responsabilidades.

La Vicepresidenta tenía el potencial de ser un símbolo de cambio profundo, pero ha quedado atrapada en la desconexión entre el discurso y la acción. Este no es un problema exclusivo de ella; muchos líderes han descubierto que el camino entre la plaza pública y el salón de gobierno está lleno de desafíos inesperados. No basta con señalar los problemas; se necesita la capacidad para resolverlos.

El reloj político no se detiene y gobernar es mucho más que encarnar una causa: es tener la habilidad de traducir esa causa en políticas efectivas que mejoren la vida de las personas. Márquez, la candidata, fue excelente. Márquez, la gobernante, deja mucho que desear.

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