En Medellín, los muros no solo son paredes, son testigos de historias, gritos de memoria y expresión colectiva. La reciente polémica por la eliminación de un mural en la Autopista Norte reaviva una discusión tan delicada como necesaria: ¿hasta dónde llega la libertad de expresión cuando esta se encuentra con el derecho al espacio público? En el epicentro de este debate, las madres buscadoras de La Escombrera vuelven a exigir justicia, mientras colectivos artísticos denuncian la falta de sensibilidad de una administración que, según ellos, oscurece los trazos de una verdad que no debería borrarse.
El mural, que con la frase «Las cuchas tienen razón» rendía homenaje a las mujeres que durante décadas buscaron a sus desaparecidos, se convirtió en símbolo de resistencia. Pero, al ser intervenido con imágenes políticas que incluían rostros controvertidos, como el del expresidente Álvaro Uribe, se desató una tormenta. Para el alcalde Federico Gutiérrez, esos elementos cargados de «odio» justificaron la eliminación del mural. Sin embargo, la acción también despierta las críticas sobre cómo el Distrito define qué mensajes artísticos son válidos y cuáles no, cuestionando la garantía del diálogo y la inclusión en el arte urbano.
Más allá de las posturas, lo que queda al descubierto es la herida abierta de una ciudad que busca reconciliarse con su pasado. Medellín es un lienzo vivo, lleno de voces que luchan por no ser silenciadas. El arte callejero es, en muchos casos, la única forma que tienen las minorías para narrar su verdad, para resistir al olvido. Cada trazo en esos muros representa no solo un acto de expresión, sino una invitación a reflexionar sobre lo que fuimos y hacia dónde queremos ir como sociedad. Cuando se borra un mural, no solo desaparecen colores, desaparecen historias.
El arte no se calla porque es la voz de quienes no tienen acceso a los grandes escenarios ni a los espacios de poder. No se trata de imponer un único discurso ni de permitir el caos en los muros de la ciudad, sino de encontrar un equilibrio entre la expresión artística y el respeto por el espacio público. Medellín necesita más que pintura gris en sus muros; necesita empatía, diálogo y una verdadera voluntad de construir puentes entre la memoria colectiva y la gestión pública. Porque solo así podremos asegurar que las luchas de ayer se conviertan en aprendizajes para el mañana.