La noción de autodeterminación de los pueblos es un concepto que debemos revalorar. Vivimos en una aldea global, donde las acciones y decisiones de un país repercuten en la comunidad internacional. Por tanto, tenemos responsabilidades comunes y no podemos permitir que nuestros pueblos hermanos queden a merced de dictadores. La lucha por la democracia es una tarea colectiva que nos involucra a todos, y es imperativo que enfrentemos y derrotemos a los gobiernos autoritarios que amenazan la libertad y los derechos humanos.
El caso de Venezuela es emblemático. La crisis política y social que atraviesa el país no es solo un asunto interno; es una preocupación global. El pueblo venezolano ha sufrido las consecuencias de un régimen que ha erosionado las instituciones democráticas y ha sometido a sus ciudadanos a la represión y la pobreza. Como vecinos y ciudadanos del mundo, tenemos la obligación moral de apoyar la lucha por la libertad y la justicia.
En este contexto, la valentía de líderes como María Corina Machado resuena no solo en Venezuela, sino en toda América Latina y el mundo. Su resistencia es un ejemplo de esperanza y un recordatorio de que la democracia no puede ser dada por sentada.
La situación en Venezuela no es un caso aislado. Los gobiernos autoritarios actuales, como el de Vladimir Putin en Rusia, representan una amenaza global que debe ser enfrentada con determinación. La invasión de Ucrania por parte de Rusia ha dejado claro que el expansionismo y la violación de la soberanía de otros países siguen siendo peligros reales. Si no actuamos con firmeza, corremos el riesgo de que este sea el siglo de los autoritarismos, donde los valores democráticos se vean constantemente socavados.
La lucha contra los dictadores y el autoritarismo no es solo una cuestión de política internacional, es una batalla por el derecho universidad fundamental a la libertad. Los derechos humanos, la justicia y la democracia son principios universales que deben ser defendidos en todas partes. Como habitantes de esta aldea global, debemos trabajar de la mano para consolidar la libertad de los pueblos del mundo.
Esto implica que los países democráticos deben unirse y ejercer presión diplomática y económica sobre los regímenes autoritarios. Debemos apoyar a los movimientos prodemocracia y ofrecer refugio a quienes huyen de la represión.